El trío de directores vascos presentaba a concurso en la Sección Oficial de la 67 edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián el film “La trinchera infinita” como “una alegoría sobre el miedo y sobre cómo puede condicionar el comportamiento de los individuos”. Alejándose de cualquier atisbo de discurso político, pero sin dar la espalda al contexto en el que transcurre la historia, la cinta pretende “crear un diálogo entre el pasado y el presente, traer todo lo que sucede en la película para que el espectador de hoy en día entienda que le apela algo y la complete de algún modo”, decía uno de los codirectores Aitor Arregi, cerrando con la cita “las ropas cambian pero las inquietudes humanas son eternas”. Y es que según Arregi, “lo que sucedió hace 80 años tiene un reflejo clarísimo hoy en día”.

Jon Garaño y Aitor Arregi durante la rueda de prensa de La Trinchera Infinita

Tomando el relevo del documental “30 años de oscuridad” (producido también por La Claqueta en 2011), que descubría la figura de los “topos” tras la guerra civil española, la película narra, desde el punto de vista del encerrado, del topo, la historia de un matrimonio, pero también la de un país como telón de fondo. No en vano, Jose Mari Goenaga reconocía que “nos pudimos beneficiar de todo el trabajo de documentación que había hecho la productora para el documental, y nos basamos en hechos reales para construir unos personajes ficticios que nos permitían llevar el relato hacia donde queríamos“.

Antonio de la Torre y Belén Cuesta durante la rueda de prensa de La Trinchera Infinita

Otro de los aspectos mejor tratados, a pesar de dificultar en cierta medida la comprensión de los diálogos, es el acento andaluz. Los propios actores protagonistas, sevillana y malagueño, hablaban sobre ello. Belen Cuesta decía que “era uno de los miedos que teníamos, e hicimos un trabajo muy minucioso, contando como asesores incluso con gente de los pueblos de la zona, y no sólo para replicar el acento sino para incorporar expresiones, porque queríamos que se percibiese una honestidad, fundamental para contar la historia”.  Antonio de la Torre continuaba bromeando: “¿y si no se nos entiende? Bueno, como vamos al Festival de San Sebastián, igual con un poco de suerte pues que nos subtitulen”. A este respecto, el coproductor Olmo Figueredo parafraseaba a un compañero andaluz reconociendo que “es curioso que hayan tenido que venir tres directores vascos para hacer el tratamiento más bonito que se ha hecho hasta el momento de la lengua andaluza”.

Preguntados sobre las referencias del film, Goenaga afirmaba que “películas de Polanski como “La semilla del diablo” o “El quimérico inquilino” estuvieron muy presentes durante la escritura del guión, al menos en la manera de compartir el punto de vista del protagonista y en no saber si lo que se está viendo es su imaginación o la realidad”. Para Arregi, también reconoce cierta influencia de Wong Kar-wai y su “In the Mood for Love” durante la fase de realización a la hora de decidir los encuadres, “de lo que se ve y lo que no se ve”.